Retomamos la conversación del abuelo. Cuando le cuento que su nieto estuvo por esos barrancos, acompañado por un vecino de Fuentebella, buscaron y movieron algunas piedras pero que con las dimensiones del terreno, sin datos más concretos resultaba “imposible”… me contesta que si no hemos mirado “con esos aparatos” (mueve la mano en círculo).
Le contesto, bajando el tono de voz aún más que, aunque no lo hemos comentado en la tertulia tenemos algún rumor de que pudieran haberle matado de otra forma. Ella, me miró fijamente a los ojos y agarrándome del brazo con una mano, se puso la otra en el pecho, se acercó más y me dijo: “te voy a contar, pregunté si sabían dónde estaba vuestro abuelo, nadie dijo nada, pero te voy a contar lo que tengo oído:
Le contesto, bajando el tono de voz aún más que, aunque no lo hemos comentado en la tertulia tenemos algún rumor de que pudieran haberle matado de otra forma. Ella, me miró fijamente a los ojos y agarrándome del brazo con una mano, se puso la otra en el pecho, se acercó más y me dijo: “te voy a contar, pregunté si sabían dónde estaba vuestro abuelo, nadie dijo nada, pero te voy a contar lo que tengo oído:
Un hombre de Fuentebella era amigo del “Delegado” de San Pedro Manrique. El de Fuentebella contó en Manrique que en el pueblo había dos escondidos, uno de ellos el maestro de Igea. Entonces, le ordenaron que juntara a los hombres de Fuentebella que tenían escopetas y salieran a matarlos. Dice que los dos escondidos estaban cada día en diferentes corrales de la zona.
Del pueblo salieron, no sabe si tres o cuatro – que señala están muertos- a buscarlos. Cuando se acercaron, el abuelo y el maestro quizás se mostraron pensando que les llevaban comida y, entonces los cogieron y los fusilaron. Comenta que cree que no los trasladarían y los enterrarían en el mismo lugar (probablemente un corral). Me mira y me pregunta ¿esas escopetas tiene plomo?, a lo que yo le contesto que sí. “Pues buscadlos porque fueron fusilados”. Parece que les pidieron alguna prueba de haberlos matado y por eso en San Pedro Manrique estaba la cédula familiar y el cinturón que allí, más tarde, entregaron al hermano de la abuela.
Me comenta que después, alguna gente del pueblo, pensaron que podían haber hecho otra cosa (como en Acrijos, haberles dicho que no estaban ya por allí cuando fueron a buscarlos…). Nombra el hecho como una mancha que se ocultó. Le comento que pienso que un hecho tan injusto crea culpabilidad y vergüenza en las personas. Me dice: “tenéis que comprender que en esos pueblos todos somos familia”. Piensa que una cosa así se podría aliviarse contando ahora dónde están. Le confirmo sus palabras con un gesto.
Noto la intensidad y coherencia de su testimonio y creo en su relato. Le agarro del brazo y le digo que nosotros no tenemos porqué estar con nadie de Fuentebella, que el encuentro con quienes les ayudaron nos puede ser suficiente pero que necesitamos que de alguna forma, alguien de Fuentebella, por cualquier vía, de manera anónima, diga dónde se encuentran y así recuperar los restos.
En ese momento, su marido está comentando que si no lo encontramos, en ese lugar el abuelo descansará en paz; a lo que Ella me comenta: “sí, pero ¡qué soledad!”. Yo confirmo sus palabras y nuestro deseo de tenerlo con nosotros. Después de esta conversación nos levantamos y di un abrazo prolongado, cuando nos miramos nuestros ojos brillaban emocionados.
Cuando recuerdo a esta mujer en esta conversación siento a una mujer implicada con nuestra búsqueda y, al mismo tiempo “temerosa” de escucharse a ella misma en lo que me estaba relatando. Una mujer que, en un momento de cercanía, en actitud valiente, “nombra lo hasta ahora innombrable” más allá de su entorno. Siento que, además está “impresionada” de contárselo al nieto de “aquel hombre” al que protegió su padre.